lunes, 9 de mayo de 2011

Dieciséis menores tienen medidas de protección por malos tratos

REGIONAL

Algunas de ellas son a su vez hijas de mujeres maltratadas, por lo que los expertos recomiendan atender a los vástagos a la vez que a las madres

«En la misma medida que a las mujeres de hoy en día les es mucho más fácil pedir ayuda cuando son maltratadas, a las adolescentes les cuesta muchísimo más. Simplemente por el carácter inherente a la gente de su edad: les resulta muy complicado comunicarse con sus madres, ir al médico o acudir al orientador de sus institutos. Solo hablan con sus iguales, por eso la estrategia a seguir es formar muy bien a la gente que está más cerca de ellas para que puedan detectar cualquier situación anómala», explica Javier Barrera, coordinador de la Red Extremeña de Atención a las Víctimas de Violencia de Género desde hace un año.
En estos momentos, diecinueve chicas menores de veinte años estás siendo atendidas por esta Red, aunque solo dieciséis, todas ellas menores de dieciocho, cuentan con medidas activas de protección, según la Delegación de Gobierno en Extremadura (once en Badajoz y cinco en Cáceres). Dos de ellas, ambas de 17 años de edad, han estado en espacios de acogida.
En tres años se ha multiplicado por tres el número de menores que necesitan protección policial en la región, ya que en junio de 2008 eran solo cinco. Lo que se mantiene es que sus agresores suelen ser de su misma edad.
Hasta 17 diferentes puntos de atención psicológicas hay distribuidos por toda la comunidad autónoma para atender a mujeres víctimas de la violencia de género. Existen además dos equipos de atención al menor que dependen del Instituto de la Mujer: uno en Cáceres y otro en Badajoz que lo que hacen es apoyar a los puntos de atención psicológica y atender a los hijos de mujeres maltratadas aunque en casos muy puntuales también atienden a las menores que sufren malos tratos.
En algunos casos se da la circunstancia de que ambas cosas coinciden. Seis de las diecinueve chicas que ahora mismo están recibiendo atención son hijas de madres que también sufrieron malos tratos por parte de sus parejas y que sí denunciaron en su momento. «Aunque eso no quiere decir que una cosa sea consecuencia de la otra necesariamente», señala Javier Barrera.
Desde su experiencia como psicólogo que lleva trabajando más de tres lustros con estas mujeres, Javier Barrera opina que siempre es crucial la calidad educativa que hayan recibido estas menores. «Nuestras relaciones dependen, en muchos casos, de si nuestros patrones emocionales son adecuados o inadecuados. Y eso no está condicionado por la violencia de género, sino por las pautas educativas y por los esquemas emocionales: autoestima, empatía, capacidad de cuidar...Y eso no depende exclusivamente de haber vivido en una casa con o sin violencia de género. El factor clave es la calidad y la satisfacción de esas necesidades básicas que tienen los niños. Aunque es cierto que podemos decir que en el 100% de las familias en las que ha habido violencia de género la calidad educativa ha sido mala. Por tanto estos niños tienen un riesgo enorme de ser agresores o víctimas. Por eso trabajamos con los hijos de las mujeres maltratadas, porque es una manera de prevenir la violencia. Pero insisto en que algunas de la menores maltratadas tienen padres absolutamente 'normales'», expone.
Casi todos los expertos coinciden en que es difícil hablar de perfiles. «De las diecinueve chicas que atendemos, seis no tienen estudios (aunque algunas están en escuelas taller); cinco tienen la ESO y otras ocho tienen terminado el Bachillerato o la FP; provienen de diferentes grupos de la geografía extremeña: rurales y urbanos. Una es de centro Europa, otra es de África y el resto son españolas», argumenta Barrera, que insiste en que aunque estas chicas comparten algunas características, no siempre es fácil encontrar puntos en común entre ellas.
Las vías por las que las mujeres menores de edad que sufren malos tratos toman contacto con el sistema varía en cada caso, ya que no todas presentan denuncia. De hecho, la inmensa mayoría no lo hace. «De las 500.000 mujeres que en España se supone que sufren violencia de género, denuncian aproximadamente 50.000 y el resto, no sabemos qué pasa con ellas. Todo depende de lo que uno considere violencia: los gritos que para mucha gente lo son, para otros no lo son; una bofetada no significa lo mismo en todas las familias; o que el padre mande y la madre sea sumisa, para muchos es lo habitual...», reflexiona.
Afirma, no obstante, que también se conoce un mayor número de casos gracias a que hay una mayor concienciación social, menos aceptación por parte de la sociedad de este tipo de conductas y más dispositivos. «Nadie puede decir que ahora haya más violencia de género que antes, eso sería un error», subraya.
Implicación necesaria
Javier Barrera explica que no es habitual que las adolescentes acudan por su propio pie a solicitar ayuda cuando son víctimas de malos tratos. Normalemente es algún familiar o conocido el que las anima a hacerlo. «Existen diferentes formas por las que llegan hasta nosotros. Los equipos de menores de la Junta nos derivan casos. En concreto, en lo que va de año, tres. También es muy habitual que nos lleguen niñas a través de los institutos y las escuelas talleres. Y, por supuesto, los servicios sociales», apunta.
El psicólogo explica la importancia de la implicación de la gente del entorno de estas menores a la hora de detectar situaciones anómalas. «Los orientadores de los institutos se hacen eco de que las relaciones conflictivas son cada vez más habituales. La diferencia entre estas y las de violencia de género es que en las primeras, existe un elemento agresivo en la relación y en la sexualidad, falla la afectividad; y en las segundas lo que intenta tu pareja es convertirte en una persona sumisa», argumenta Barrera.
En este caso, los orientadores solo derivan casos cuando consideran que necesitan una atención muy especializada. «Normalmente en el periodo de la adolescencia no existe demasiado deterioro en las chicas todavía, porque normalmente son relaciones cortas», apunta el psicólogo.
Sin embargo, Barrera advierte de que las relaciones conflictivas se están generalizando entre los adolescentes, porque ha habido un cambio en los patrones de las relaciones afectivo-sexuales. «Se han normalizado comportamientos agresivos, en general, y las familias son cada vez más cortas. Antes había muchos más miembros y eso suponía más protección. Había proles de siete hermanos y no sé cuantos primos y era toda una red de protección. La suma de todos los factores anteriormente descritos hace que aumente el número de parejas con parámetros de conducta agresiva», argumenta.
En este sentido, afirma que la educación en igualdad es muy importante, aunque matiza que solo se la creen las mujeres. «Ellas cada vez aceptan menos que haya un niñato que las trate mal, hace unos años era más habitual que estuvieran educadas en la sumisión y si su pareja les decía que no quería que se pusieran minifalda, obedecían. Eso ahora mismo es impensable».
El tratamiento que reciben estas mujeres jóvenes depende de cada caso. Así, de las 19 que en este momento reciben atención: 15 están en tratamiento terapéutico, las otras cuatro están en los programas de asesoramiento, que comprenden un máximo de seis sesiones a las que pueden acudir solas o con sus padres y se les explican pautas generales. El tratamiento terapéutico implica una media de unas 28 sesiones, aunque hay chicas que necesitan menos.

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